lunes, 12 de abril de 2010

Al amanecer de hoy el mirlo no me ha contestado, tal vez la fina, aunque fría lluvia, no le han animado a sus trinos matinales.

Bogotá amanece lluvioso, las primeras ilusiones y esperanzas ya hace horas que esperan, rostros cansados por las largas horas de viaje, almas izadas en un sueño más allá del océano.

Desde lejos, por más duro que sea el camino no revientan esas ilusiones caviladas desde años, deseadas desde mucho antes. Ojos izados al menor de los movimientos de una puerta, siempre dura y fría, negra y cerrada que apenas se abre eleva o guillotina todas esas esperanzas. 

El mirlo hoy no cantó, no contestó mis silbidos. El mirlo hoy no estaba, talvez en su viaje, la cornisa gris del nuevo edificio no era su destino, tal vez su destino estaba allende de las miradas de quienes, como cada mañana lo vieron trinar.

El mirlo hoy no cantó. Mi mirada hacia arriba, mi suspiro llegó hasta lo más alto de su atalaya, sin embargo el mirlo hoy no cantó. Los ojos llegaron hasta la profundidad de los que esperaban, ojos duros sin quererlo, ojos al fin y al cabo, oscuros desde el fondo, sin ocultar su claridad entre lo vivido y lo deseado, entre lo olvidado y lo deseado.

El mirlo, mi amigo cantor hoy no estuvo en su cornisa gris, mi no dormir dejó su hueco a un despertar en el alma, difícil de olvidar. Un frente abierto a la imagen de lo desconocido y deseado sin conocer a la amada que un día lo verá llegar. Amores lejanos, amores sin conexión, amores deseados y sin más compromiso que un futuro al amor de un calor que calme el frío de lo vivido.

Hoy el mirlo no cantó. A lo lejos se ven las nubes que se van alejando, despejando el día y rociando a quienes esperan de unos tímidos rayos de sol con los que calentar sus fríos huesos.

Un día más las negras puertas se abren y todas la ilusiones caminan rápidas varios metros más que sus propias almas. Las sombras ya han desaparecido y los rostros cobran vida y color, ávidos por respuestas que no siempre son las deseadas.

Tal vez mañana vuelva el mirlo y anime con su trino nuevas sombras, nuevas ilusiones, nuevas esperanzas.

Del autor: Todas las mañanas, sobre las 5 de la mañana, desde que llegué, un mirlo se posaba en la cornisa del último piso del edificio de enfrente al Consulado, no paraba de trinar, y día a día le fui silbando y el mirlo imitaba mi silbido, me animaba a mi e incluso sacaba alguna sonrisa a los que esperaban tras las verjas el poder conseguir una visa para viajar a España, a sus sueños y esperanzas. Pero aquel día el mirlo ya no volvió a cantar y se me ocurrió escribir estas letras en homenaje a quienes con tanta pasión buscan una vida mejor.





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